En España la opinión pública, conducida por la prensa, impulsó una profunda discusión que presionó a las más altas esferas del gobierno de ese país para que reconocieran los efectos de la crisis mundial sobre su economía. Sólo de esa forma, rezaban los argumentos en la prensa española, sería posible aplicar las medidas correctiva para evitar una catástrofe mayor en materia de empleo y crecimiento. Al final, no sólo se asumió, fuera de cualquier interés político, que sin verdaderos sacrificios del gobierno y la sociedad, los efectos de la crisis serían profundos y dolorosos. La clave estuvo en reconocerlo.
En México, casi un año después de que el secretario Agustín Carstens comenzó con sus teorías del “catarrito” frente a la “pulmonía” que ataca a Estados Unidos, la profundidad de la debacle económica enfrenta en los hechos al catastrófico titular de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público. Oficialmente México está en recesión, los empleos acumulados que pierda la economía al cierre de 2009 sumarán más de 2 millones 500 mil y el tipo de cambio del peso frente al dólar se encamina a un barranco sin fondo que nadie se atreve a pronosticar, mientras las reservas internacionales del Banco de México se utilizan para frenar a los especuladores del mercado cambiario que nadie quiere identificar.
La catástrofe económica y social simplemente está aquí. La teoría científica desarrollada por el geólogo francés Georges Cuvier no podía aplicarse de una mejor manera a la situación económica mundial: la crisis actual no ha sido un cambio gradual, sino un cambio repentino y violento generado por los excesos y la ambición en los mercados financieros.
En medio de esas difíciles circunstancias económicas, los mexicanos enfrentan además la violencia permanente generada por el crimen organizado, la corrupción gubernamental, el abuso del poder y el tráfico de influencias, hasta llegar a los excesos de los homicidios mediante decapitaciones, secuestros, torturas, asesinatos, extorsiones por protección, tráfico de mujeres y abusos infantiles, entre otros delitos.
El discurso de la catástrofe
Ante esa situación, el panista Felipe Calderón pretende deslindar a su gobierno de lo que sucede en este convulsionado país, y es un discurso medroso e irresponsable exigió en el marco del aniversario 92 de la Constitución Mexicana terminar con las visiones “catastrofistas” de aquellos que según él buscan que a México le vaya mal.
“Hoy México requiere que cerremos filas en la lucha contra quienes pretenden minar y destruir a las instituciones del Estado. México exige de todos sus hijos lealtad a la patria y voluntad inquebrantable en construir una nación segura”, dijo Calderón.
El mandatario panista apeló al patriotismo para enfrentar a aquellos que cuestionan las estrategias de su gobierno para hacer frente a la crisis económica, pero hasta ahora las 25 medidas contra la crisis incluidas en el Acuerdo por la Economía Familiar y el Empleo han resultado innocuas ante el vendaval que no sólo atentan contra la economía, sino que profundizará los niveles de pobreza y la desigualdad social.
La declaración presidencial se hace cuando se acelera la carrera política rumbo a las elecciones intermedias. No es casualidad, por lo tanto, el uso de calificativos con mensajes dirigidos a políticos de oposición, llámese Andrés Manuel López Obrador y sus seguidores, o a periodistas y articulistas que investigan, denuncian y critican lo que está mal en este país y, en pleno ejercicio de su libertad de expresión, cuestionan las acciones gubernamentales.
El catastrofismo, dijo Calderón en un intento fallido por deslindarse de su responsabilidad, desalienta inversiones, evita la generación de empleos y daña a la economía. En realidad lo que destruye a la economía es la ausencia de programas de políticas de Estado congruentes y efectivas, así como la enorme corrupción que ha sido el símbolo de las dos últimas administraciones panistas.
Es cierto, sin embargo, que los problemas crónicos asociados a la ausencia de programas sociales y económicos que combatan la pobreza, la corrupción, la polarización del ingreso y el fortalecimiento de los poderes fácticos, no nacieron en el gobierno de Felipe Calderón. Pero lo que resulta imperdonable es la incongruencia, la omisión y la complicidad con la que está conduciendo la Presidencia de la República.
Más allá de las declaraciones que ensalzan los logros del Fobaproa y del rescate bancario, cuando desde su curul como legislador los cuestionó y censuró, Calderón tendría que combatir de frente los grandes problemas a los que se enfrenta la economía y dejar a un lado las componendas políticas que impiden el avance del país. Pero insiste: “México pierde cuando se siembra el desaliento o la desesperanza para satisfacer ambiciones, vanidades o intereses personales de grupos”. Y continuó su perorata acompañado por los miembros de su gabinete: “Se puede discrepar pero no deliberadamente falsear, dividir o enconar”.
En realidad lo que divide al país en estos días aciagos de crisis son los efectos de la recesión que, si bien es cierto no se generaron en México, sí se están profundizando ante la falta de medidas preventiva. ¿Acaso son también catastrofistas los 2 millones 500 mil mexicanos que al cierre de este año perderán su empleo? ¿O el millón de jóvenes que cada año se incorporan sin esperanzas al mercado laboral? ¿Acaso las 130 mil pequeñas y medianas empresas que desaparecen anualmente? ¿A quién más se refería Calderón para evadir su responsabilidad? ¿Para quién se diseño el desafortunado discurso? Lo cierto es que el “Presidente del Empleo” ha fallado en todo y, una vez más, equivocó premeditadamente sus palabras.
En línea con el discurso del presidente Caderón, fuera de nuestras fronteras también abundan los catastrofistas que señala a México como un Estado fallido, en el cual el crimen organizado está controlando las estructuras del poder y la impartición de justicia. Entre esos catastrofistas Calderón podría ubicar a los funcionarios de Estados Unidos, quienes sistemáticamente lanzan mensajes de preocupación por lo que sucede en este país.
Pero la población no ha caído en la trampa y seguramente en las próximas elecciones intermedias le cobrará la factura a los candidatos del PAN, pues la contienda está enmarcada por el descontento social y económico, y del político ya ni hablar. Uno de los más beneficiados por la debacle panista será el PRI, el cual capitalizará mejor esa inconformidad de los mexicanos, mientras que el PRD sigue sumido en su crisis interna y sólo Andrés Manuel López Obrador se mantiene en la línea de ataque en contra del gobierno calderonista, al identificar con precisión los graves problemas sociales y económicos, lo que lo ha llevado a reposicionarse políticamente. Según la prensa extranjera, López Obrador simplemente revivió gracias a los efectos de la crisis económica, pero, sobre todo, frente a la incapacidad del gobierno calderonista de ofrecer respuestas efectivas al electorado.
Un buen comienzo para Calderón podría ser la vigilancia a la banca extranjera; el expediente Citibank-Banamex, la especulación en el mercado cambiario que en estos días está forjando grandes fortunas, pero también grandes tragedias. No estaría mal que frente a la catástrofe, el presidente panista se ocupara, junto con el Congreso, del papel de la banca extranjera en México y allí encontrarían gran parte de los problemas que vive el país, incluidos los delitos de lavado de dinero, fraudes financieros y especulación.
¿Quién es el catastrofista, señor presidente?
Hace un año escribía en este mismo espacio: sin medir consecuencias, el presidente de la República ha elevado los problemas del narcotráfico y el crimen organizado a una confrontación con el Estado mexicano, al declarar a la prensa internacional que él, su familia y sus principales colaboradores en el gabinete, han recibido amenazas de muerte por bandas delincuenciales.
Esa declaración irresponsable hunde a México dentro del marco internacional en un rango de inseguridad y peligrosidad como hace años lo fue Colombia, cuando las principales bandas del narcotráfico se apoderaron de ese país y empezó para los colombianos una verdadera pesadilla de persecución, odio y reproche mundial y de la cual aún no puede salir ni tampoco olvidar.
Pero Felipe Calderón, quien busca la identidad que lo legitime en la Presidencia de la República, se dice ahora víctima del crimen organizado y con ello pretende sumar a su causa la solidaridad social tan arraigada en México, aunque en este caso el efecto es contrario, pues lo único que logra al decirse víctima es que la comunidad internacional volteé hacia México y confirme lo que ya se advertía desde el gobierno panista de Vicente Fox, que las bandas del narcotráfico cada día acumulan mayor poder y el incremento de una violencia generalizada en todo el país, en donde policías, militares y funcionarios son acribillados a cualquier hora del día ante la presencia atónita de la población.
Un ingrediente más a esta explosiva declaración presidencial es la decisión, también de Calderón, de extraditar fast track a Estados Unidos a los narcotraficantes considerados como peligrosos por las autoridades mexicanas, pues como lo diría el mismo Calderón su gobierno federal es incapaz de mantener un sistema carcelario seguro, libre de corrupción y, sobre todo, que dé seguridad a la población en general. ¿Quién es el catastrofista, señor presidente?