La corriente anti globalización que año con año inunda las páginas de los diarios tras la inútil celebración del Foro Mundial de Davos, esta vez alcanzó a la banca. No podía ser diferente. Protagonista y epicentro de la crisis más profunda de las últimas décadas, el sector bancario se transformó en el blanco de las críticas que hoy buscan a un culpable de los excesos y equivocaciones en torno al orden de los mercados, si contar que los bancos son los principales centros de lavado de dinero en el mundo.
Antes, en Davos se crucificaba razonablemente a multinacionales como Wal-Mart, Starbucks o a Microsoft, ahora el turno es para Citigroup o JP Morgan, caníbales financieros que están en el ojo del huracán y en la mira de los globalifóbicos. Esas instituciones financieras son las culpables de la quiebra de millones de familias, son los usureros históricos y los capitalistas desalmados.
Así, quedó claro que el orden que dominó a los mercados (la ley de la selva en donde el más fuerte es el que controlaba el mayor acceso al capital) dejó de ser (tal vez nunca lo fue) un transmisor de los beneficios de la integración de las naciones para convertir al sector financiero en el hilo conductor de los riesgos y las desigualdades.
Los grandes bancos son, en resumen, los imperialistas que hoy sí, en efecto, están heridos de muerte pero que su influencia y poder es tal que los riesgos de que resurjan como una voraz ave fénix que reimponga sus reglas. Hoy, por esta razón, el debate se centra en la regulación que deberá hacerse cargo de este poder financiero criminal y económico.
Pero también habrá voces conservadoras e imperialistas que argumenten que un exceso de regulación paralizará a la banca para contribuir a la reactivación de la economía en un momento determinante. Allí está la promesa hasta ahora incumplida, especialmente, en el caso de nuestro país, en donde las autoridades entregaron sin rubor la banca a participantes extranjeros que, además de darnos servicios malos e ineficientes, están entre los más caros del mundo.
En México, si bien es cierto que el contagio directo de la crisis no se presentó – por que simplemente la banca no había alcanzado el grado de profundización que tiene en países como Estados Unidos–, los efectos se hicieron presentes de muchas formas:
1. El coletazo del dragón bancario llegó en forma de instrumentos derivados que se ofrecieron a ambiciosos administradores de empresas mexicanos que vieron en ellos la oportunidad de incrementar rápidamente sus ganancias, sometiendo a los inversionistas del mercado de capitales a un riesgo innecesario pero sobre todo oculto.
2. La escasa información que la banca extranjera otorga a las autoridades mexicanas provocó que las operaciones con derivados no se observaran a tiempo.
3. Finalmente, el más preocupante, las filiales de los grandes bancos han recibido la orden de sus matrices de enviar los dividendos que les ha dejado su operación en México.
Si bien no lo harán a través de transferencias netas de recursos (porque simplemente no pueden hacerlo, eso sería ilegal y cínico) desde ahora acelerarán la entrega de dividendos para sus accionistas. Exactamente el mismo fenómeno pero en un marco legal que han permitido las propias débiles e ineficaces autoridades mexicanas.
Pero las transferencias netas –claro, en caso de emergencia- también se han presentado. Eso lo confirmó Guillermo Ortiz en una entrevista en abril de 2008. En ese mes, Citibank a través de Banamex comenzó con la transferencia neta de recursos. Después vendría el control directo de Banamex por parte del Departamento del Tesoro, una acción ilegal que no fue sancionada por el timorato gobierno mexicano. El exsecretario de Hacienda, David Ibarra, ya lo había advertido: “tarde o temprano el efecto sede se hará presente en el sector bancario mexicano, no tenemos opción”.
Así que volviendo a la idea de la colonización y a aquella afirmación de periodistas investigadores como la canadiense Naomi Klein: “el tercer mundo siempre ha existido para mayor comodidad del primero, la banca (extranjera) en México se está convirtiendo en un verdadero imperio dispuesto a sacar lo mejor de sus colonias, de sus territorios”. Hay evidencias de ello. Si bien en medio de la crisis y de la caída de la economía es cierto que la banca debe mostrarse cautelosa ante posibles problemas de incumplimiento de pago, esa premisa no se ha cumplido en lo absoluto para el crédito al consumo, el que se concreta a través de altas tasas de interés, ominosas comisiones y condiciones de pago que convierten a este tipo de financiamientos en verdaderos grilletes para los usuarios del financiamiento que se atreven a hacer uso de él.
Más de un millón de mexicanos se encuentran ya en cartera vencida en los créditos al consumo; la misma cantidad se ubica en el incumplimiento de pagos a los préstamos hipotecarios. Mientras tanto, millones de pesos (sobre todo pequeñas y medianas) desaparecen año con año por falta de capital; ausencia de mercados en donde el consumo no esté atado al crédito y, por supuesto, por una política fiscal adversa. La banca, en cambio, abre sus puertas al capital, venga de donde venga.
Entonces, algo está pasando en el sistema bancario (controlado por extranjeros) que no lo ubica como un pivote para el desarrollo. Es, en resumen, un nuevo imperialismo que hoy acelera la salida de recursos a través de las figuras de dividendos. Grupos como BBVA, HSBC, Santander y, por supuesto, Citibank, ya lo están haciendo. Están acelerando el envío de dividendos a sus matrices, es decir exprimiendo al país ante la mirada cómplice de las autoridades, lo mismo la Comisión Nacional Bancaria y de Valores que la Secretaría de Hacienda o la Procuraduría Fiscal, ya lo están observado y, antes de que Agustín Carstens dejara Hacienda, apenas iniciaron las revisiones de las regulaciones para vigilar que la banca no abuse en detrimento de la economía mexicana, de su derecho a ejercer las utilidades que les ha dejado el negocio por el cual han apostado bajo las mejores condiciones durante la última década.
También se busca frenar las operaciones como los derivados que se realizaron a través de las matrices y que por ello se ocultó la información a las autoridades mexicanas. Ahora tendrán que reportarlo directamente.
Es por esta razón que el crédito en México está detenido. La banca simplemente no quiere prestar a los mexicanos. Para ellos el negocio está aquí y la responsabilidad en sus países sede en donde sí tienen que prestar al sector productivo. Esa es la tragedia del colonialismo moderno. Por ello las tibias e ineficaces autoridades mexicanas, encabezadas por funcionarios educados en universidades estadounidenses, tendrían que ser más agresivas en un momento en que el gobierno del propio Barack Obama está tomando decisiones de fondo para el negocio bancario.
A los bancos y a los intermediarios financieros, Obama los ha calificado como generadores de “obscenas comisiones” y, después de rescatarlos (porque no tenía otra opción) los ha amenazado con aplicarles nuevas reglas para su operación. En Estados Unidos la batalla tampoco será fácil.
La derrota de los demócratas para conservar la llamada super mayoría en el Congreso, luego de la derrota en Massachussets de Martha Coakley para sustituir a Ted Kennedy en el Capitoleo, significaría el regreso al poder legislativo de la corriente conservadora que no quiere ver mermados sus privilegios y la banca así como el sector salud es uno de ellos.
En México, se confirma, la banca también está moviendo sus hilos más finos para influir en el ánimo de las autoridades. No sólo eso, a los privilegios de la banca extranjera también se suman los privilegios de los banqueros mexicanos que tampoco otorgan créditos porque simplemente se dedican a beneficiar a sus propios negocios.
El reclamo ya está en el escritorio de las autoridades y se prevé un verdadero polvorín en este sector si es que, al final de la historia, el gobierno de Felipe Calderón no sucumbe a la presión preelectoral que comienza a dibujarse a menos de tres años del cambio de mandos en el Poder Ejecutivo. Pero Calderón tendría que atreverse, sobre todo ahora que los hombres del capital están apostando ya por los nuevos relevos.
No fue gratuito, por lo tanto, que en esta edición de la reunión de los ricos, en el Foro Económico Mundial, el gobernador del estado de México, Enrique Peña Nieto, estuviera invitado y participara en la mesa sobre la Democracia en América Latina, en la que también se incluyó a Felipe Calderón. Una mala señal. Cualquier asesor de mediano pelo en la Presidencia de la República, jamás hubiera permitido tal encuentro, pero esto sucede por el pésimo equipo que rodea a Calderón y porque el mismo presidente ya entregó el poder al PRI a tres de años de que concluya su gestión y, al igual que Vicente Fox después de haber ganado la presidencia, ya desea que esta pesadilla termine.