El magnate Carlos Slim ha confirmado no deja pasar una oportunidad para cerrar un buen negocio. No importa, dicen quienes lo conocen, si tiene el control o no de las compañías en las que pone su objetivo. Este fue el caso, por sólo mencionar algunos, del Grupo Acir o de la constructora ICA. Fue a través de la casa de bolsa Inbursa y de instrumentos como las Sociedades de Inversión de Capital de Riesgo (Sincas) que Slim ha tenido la oportunidad de poner un pie en compañías estratégicas, conocer cómo operan y, casi siempre, avanzar en el mediano plazo hacia una incursión directa en los mismos sectores.
Por ello, no resultó extraña la noticia dada a conocer por la publicación El Semanario sobre la participación de los clientes de la casa de bolsa Inbursa en el capital de Citigroup. Aunque se dijo que Carlos Slim apenas había comprado 40 millones de acciones que no representarían más del 1 por ciento del capital del gigante estadounidense, en el mercado de valores los directivos de casas de bolsas aseguran que la intermediaria de Slim habría comprado directamente pero también a través de terceros intermediarios más del 3 por ciento del capital de Citigroup, un porcentaje similar al del príncipe saudita Alwaleed bin Talal, que ya cuenta con un lugar seguro en el consejo de administración de Citigroup.
Para concretar esta operación en los términos en los que especula ya el mercado de valores mexicano y estadounidense (no en balde la prensa extranjera sigue con gran sorpresa los pasos del presidente del Grupo Caros), Slim habría tenido que invertir al menos 1,000 millones de dólares, poco para él y poco también tomando en cuenta que los españoles de La Caixa pagaron por el 20 por ciento del banco Inbursa poco más de 1,600 millones de dólares, de principios de año, claro está, cuando el peso aún no se devaluaba.
Tiene pues Slim dinero para invertir y demostrar que el modelo de participación de la banca extranjera al ciento por ciento que impulsó su enemigo Francisco Gil Díaz simplemente es un error; que ni los inversionistas estadounidenses eran la solución para todos los problemas de crédito en México y que la apertura indiscriminada de algunos sectores como el bancario enfrenta muchos problemas. La posición ideológica de Carlos Slim toma más sentido tomando en cuenta que la liberalización del sector de las telecomunicaciones es uno de los temas pendientes en la agenda de los neoliberales y quienes aún defienden el esquema capitalista a ultranza que ya demostró, una vez más, con la crisis de las hipotecas en EU que no es infalible y, por el contrario, está lleno de abusos, errores, injusticias y excesos.
Aún más, otro de sus grandes rivales en los negocios, Roberto Hernández, tuvo que asumir con gran pesar en su bolsillo que Slim hizo una jugada maestra. Con poco más de 14 millones de títulos de Citigroup, resultado de la venta de Banamex, el 21 de noviembre Hernández vio cómo se desplomaba su inversión con un pérdida de casi el 80 por ciento de su valor. ¿Qué podía hacer? Simplemente esperar a que la Reserva Federal y el Departamento del Tesoro entraran a rescatar al ícono del capitalismo estadounidense prácticamente aniquilado.
Pero mientras Hernández veía la tragedia, Slim veía la oportunidad: compraba y compraba acciones de Citigroup en espera del rescate. Y así sucedió, lo mismo que perdía Roberto Hernández lo ganaba su enemigo Carlos Slim. El destino o la creciente rivalidad mantienen unidos a estos dos hombres de negocios enfrentados en los sectores bancario, de telecomunicaciones y, por supuesto, en lo personal.
No es gratuito, como hemos escrito en este espacio, que Hernández decidiera incursionar en el mercado de las telecomunicaciones con su empresa Avantel, la compañía que dirigió Francisco Gil Díaz al salir del sector público cuando el PAN ganó la presidencia. Gil Díaz cuestionó abiertamente los márgenes de Telmex, su monopolio y su resistencia a la competencia. Querían él y Hernández una tajada del pastel de las telecomunicaciones. Avantel no lo logró y ahora al frente de la española Telefónica, Gil Díaz sigue con la misma batalla, pero ya sin el paraguas de la información que le daba ser secretario de Hacienda.
La crisis del capitalismo
México y sus autoridades no pueden pretender que nada ha cambiado en el escenario internacional y que esas transformaciones no tendrán repercusiones de fondo en el mercado mexicano del crédito que, hasta ahora, ha privilegiado el consumo y ha olvidado a las clases desprotegidas. Incluso, las llamadas microfinancieras populares sucumbieron a la tentación del dinero a manos llenas y comenzaron a cobrar tasas anuales superiores al 80 por ciento para casi convertirse en bancos. La crisis entonces es inminente y no está de más recordar las razones que lo provocaron.
No había pasado ni siquiera una semana del escandaloso rescate de la aseguradora estadounidense AIG, cuando la agencia de noticias Bloomberg informaba que los ejecutivos de esa firma festejaban en un lujoso hotel de Nueva York el desembolso por más de 85 mil millones de dólares, a cargo de los contribuyentes estadounidenses, para rescatar al gigante de los seguros. Aquella noticia fue sólo una muestra de la exhuberancia irracional, un término acuñado por el presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, que caracterizó a Wall Street, a los monumentales bancos como Citibank y, por supuesto, a la sociedad estadounidense acostumbrada al consumo impulsivo y por supuesto a base de créditos.
Fue así como la economía estadounidense se convirtió en el motor de la economía mundial: consumió a todo vapor casas, automóviles, aparatos electrodomésticos, importados de China, por supuesto. La resaca vendría después, las deudas se cobrarían muy caras y todo el mundo pagaría por ellas. La hoguera de las vanidades, la novela que dirigió con gran éxito el cineasta Brian de Palma, es apenas un testimonio del estilo de hacer negocios que caracterizó a la sociedad estadounidense en donde choferes de taxi, cocineros y hasta obreros participaban en el mercado de valores de Nueva York, apostando sus pensiones y también su futuro.
La actual crisis financiera de EU ha tenido, sin duda, efectos devastadores para la credibilidad de cualquier discurso expansionista de empresas o del gobierno de ese país. Aún no se olvidaban los escándalos contables de Enron (que protagonizó los fraudes con inversiones en coberturas atadas a los precios de la energía) cuando Wall Street sucumbía ante el enorme boquete que dejó el crecimiento de una industria financiera basada en créditos que se otorgaron sin el menor rubor y cuando se confirmó que agencias calificadoras de deuda, auditores, analistas y hasta la prensa no pudo o no quiso ver la debilidad estructural en la que estaba incurriendo la economía de EU.
¿Quién podría sospechar que la fortaleza de la economía estadounidense y de sus poderosos bancos estaba detenida de alfileres? Pocos, muy pocos.
Cuando Citigroup compró Banamex, a pesar de haberse comprobado que se trató del banco que permitió a Raúl Salinas de Gortari armar una compleja red financiera para el envío de recursos de dudosa procedencia, se nos dijo que tendríamos banca del primer mundo, que los créditos no faltarían para hacer crecer a las compañías mexicanas y que, por supuesto, no volveríamos a vivir la experiencia de un rescate tan ominoso como el del Fobaproa. Pero eso fueron sólo mentiras del entonces secretario de Hacienda, Francisco Gil Díaz.
Nada de eso sucedió, hoy los mexicanos volvemos a vivir la misma angustia: en la economía el crédito es limitado; la banca extranjera ha decidido privilegiar el crédito al consumo (tarjetas de crédito) y postergar su responsabilidad de contribuir a generar fuentes de empleo. Lo paradójico es que Banamex, por ejemplo, en medio de la crisis de Citigroup, se convirtió en la joya de la corona del conglomerado financiero estadounidense y, de hecho, el Banco de México confirmó que Citigroup solicitó a su subsidiaria mexicana que le transfiriera recursos para aliviar su crisis de liquidez. Esa información se develó en marzo pasado y, desde entonces, ya se pronosticaba el derrumbe de Citigroup.
Hoy, es un hecho, el sistema financiero del país más grande del mundo vive su más profunda crisis e ingresa a un proceso de cambio del cual surge ya un nuevo orden que incluye bancos nacionalizados, un rescate a cargo del gobierno federal al estilo Fobaproa – tan criticado en su momento por los reyes del capitalismo-, la desaparición de grandes nombres del otrora imperio estadounidense de las finanzas globales, los cuales incluyeron el desvanecimiento de la banca de inversión (como Goldman Sachs) y la consolidación del super atomizado sector bancario en un puñado de grandes bancos sobrevivientes. Es decir, el capitalismo salvaje en plena crisis de sobrevivencia.
Por eso, decir ahora que cuando a Estados Unidos le da gripe a México le da pulmonía, podría considerarse un lugar común en estos días, a pesar de que hace apenas unos meses el titular de la Secretaría de Hacienda, Agustín Carstens, aseguraba que ahora a EU le daría pulmonía y que México, acaso, sufriría un “catarrito”.
Sin embargo, llegó el último trimestre del año y con él la confirmación de que México, si bien gozaba de una mejor salud financiera que en 1995 o 2001, no podría, bajo ninguna circunstancia, declararse inmune al contagio global de la crisis que desató la debacle de las hipotecas en Estados Unidos.
Así llegó en octubre la devaluación del peso frente al dólar a causa de las pérdidas por miles de millones de dólares que sufrieron compañías como Comercial Mexicana, Alfa, Citigroup, Posadas, por sólo mencionar algunas.
Es cierto, en esta ocasión la economía mexicana no generó su propia crisis, la importó y han sido las limitadas condiciones de competitividad de la economía nacional y los agudos problemas de pobreza, los que han exacerbado el contagio. Se han perdido casi 300 mil empleos en lo que va del gobierno de Felipe Calderón, al menos esa es la cifra oficial, pues la que dan académicos se aproxima al millón de empleos, y se prevé que en los próximos meses se agudice la crisis y el deterioro de las condiciones. No sólo eso, ante la crisis alimenticia, el Banco Mundial estima que aumentarán los niveles de pobreza.
El gobierno de Felipe Calderón se limita, mientras tanto, a asegurar que cuenta con un programa contra cíclico para destinar recursos a la economía y generar empleos, pero no acepta que la corrupción sigue minando los procesos de licitación; que no se cumple, en muchos casos, con las especificaciones técnicas, y que para otorgar obras tan importantes como el complejo multimodal Punta Colonet o el nuevo aeropuerto de la Riviera Maya, es necesario que se libere el crédito.
Pero, ¿qué papel ha jugado la prensa en este problema? ¿Cómo ha asumido la prensa financiera su responsabilidad frente a la crisis financiera que desató el aletargamiento de la economía y la recesión más profunda de la economía estadounidense desde 1929?
Se trata de un tema complejo porque las autoridades de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores así como de la Secretaría de Hacienda permitieron que Citigroup, por ejemplo, saliera del mercado de valores y evitar así la entrega de información financiera.
Con poca información, la prensa debe enfrentarse frecuentemente a la respuesta de que Citigroup no está obligado a revelar en México información. Ahora, los periodistas que quieran conocer algo más del gigante que está arrastrando a muchos en el sector financiero deberán consultar a la Comisión de Valores de EU, SEC, por sus siglas en inglés para imaginar y aventurarse sobre los planes para México.
No sólo eso, la prensa mexicana también se contagió de la exuberancia irracional y, en muchos casos, se acostumbró a que nada podría salir mal con un gigante como Citigroup.
Hoy, si bien el gobierno mexicano tiene el reto de ocuparse de una nueva legislación que blinde a la economía, la prensa debe aprender la lección: en economía y finanzas no todo está dicho y, simplemente, los boletines oficiales son insuficientes y manipuladores.