Miércoles 23 de Febrero de 2005

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Esta vez sólo hubo heridos en el motín ocurrido el domingo pasado en el centro de reclusión para menores ubicado en la delegación de Tlalpan, que culminó con la destitución del director Teodoro Valdés Alonso. Pero lo que sucede en esas cárceles para niños y jóvenes no es distinto de lo que ocurre en los penales para adultos, en donde la droga, el hacinamiento, los malos tratos, la violación a los derechos humanos, los crímenes y las agresiones son cosa de todos los días, lo que hace imposible imaginar alguna rehabilitación de los pequeños infractores, quienes el día que quedan libres están preparados para ingresar al crimen organizado.

Ese problema que se vivió el fin de semana en el Centro de Tratamiento para Varones de Tlalpan es sólo un ejemplo de la desatención federal a los menores que por problemas sociales y desintegración familiar se ven envueltos en la comisión de delitos que los lleva a prisión.

Sin embargo, estos hechos lastimosos para toda la sociedad y de los cuales los gobiernos federal y estatal son incapaces de atender, son nada comparados con lo que sucede casi en el anonimato en otro centro de reclusión de “máxima seguridad” para niños, denominado Centro de Atención Especial Alfonso Quiroz Cuarón, una “cárcel especial”, como le llaman las autoridades, para menores infractores que carecen de atención psiquiátrica y social, y aunque ese centro está clasificado como de readaptación, a los niños y jóvenes se les mantiene en aislamiento total bajo el suministro de fármacos como una forma de mantenerlos tranquilos.

A esa “cárcel especial” ingresó la reportera Ana Lilia Pérez para corroborar lo que ahí sucede y en su excelente narración periodística relata un domingo cualquiera a las 7:30 de la mañana cuando las familias llegan desde lugares lejanos con bolsas de alimentos, cajetillas de cigarros y refrescos de sabor o agua endulzada para abastecer a sus hijos y hermanos presos.

En ese aislamiento hay otros 14 internos que no piensan en el día de visita porque están confinados a un módulo de “alta seguridad” para niños debido a su “peligrosidad” que dicen significa para la sociedad, sin posibilidad alguna de rehabilitación y sin la esperanza de volver a tener contacto con el mundo exterior.

Se llama Centro de Atención Especial Dr. Alfonso Quiroz Cuarón en honor del afamado criminalista. En 1992 se reubicó al Centro en dos dormitorios y un patio del Centro de Diagnóstico para Varones. En diciembre de 1993 hubo amotinamientos y en el sexenio salinista se dio a los centros federales el carácter de Máxima Seguridad, y para el Quiroz Cuarón se pensó en este modelo, pero en forma oculta para evitar quejas y denuncias internacionales por el maltrato a los niños.

Desde 1993 el Centro Quiroz Cuarón disimula su existencia en los alrededores de la colonia Narvarte con muros altos, alejado de la mirada de transeúntes y automovilistas en las inmediaciones de la avenida Obrero Mundial. Si diseño tiene el propósito de que nadie lo vea por dentro, detrás del Consejo Tutelar de Menores, entre bloques de ladrillo despintado, donde se alza una pared de unos cinco metros de largo por seis de alto y de color blanco brillante para enloquecer a cualquiera.

Esa cárcel de alta seguridad es calificada por algunos como la Almoloya de los niños, sólo que de ésta cruel prisión nadie escapa. Fue creada para aislar a quienes anteponían el fracaso de la readaptación social, pero la única atención que reciben allí los infantes es la vigilancia extrema, igual que en los penales de máxima seguridad para adultos, en donde las cámaras graban cada movimiento.

En su crónica la reporta Ana Lilia Pérez describe a los infantes como ratas de laboratorio en donde se observan los efectos de la soledad, el encierro, el ruido, la escasa luz y la pérdida de movimiento, además de los efectos físicos y mentales provocados por los fármacos suministrados a la fuerza.

La crónica del Quiroz Cuarón

Bienvenidos a la fortaleza: 2 mil 326 metros cuadrados cubiertos por una fachada sin número ni placa que la identifique. Con capacidad para 24 internos, actualmente hay 14. La razón que los llevó al Quiroz Cuarón fue que en el tutelar al que originalmente habían sido confinados se amotinaron.

Si reclaman, si gritan, si pelean, si son de tal o cual colonia clasificada como peligrosa, se van al Quiroz, sentencia un consejero que pide el anonimato.

El centro de alta seguridad tiene tres dormitorios identificados como A, B y C, cada uno con ocho celdas individuales de 1.5 por dos metros. En cada celda hay una cama, una mesa, una taza de baño y un lavabo. Entre los muebles sólo hay un metro cuadrado para caminar. No más. Tres paredes de las celdas son de concreto, la cuarta, una reja de barrotes de una pulgada de diámetro. La puerta de cada celda también es de barrotes, asegurada con dos cerraduras: una chapa manual de alta seguridad y otra operada desde un módulo de control, mediante un sistema electromagnético.

Las rejas de todas las celdas comunican a un largo pasillo en medio del dormitorio, las lámparas en el techo dan la única luz en la estancia. No hay ventanas, tampoco luz eléctrica.

En cada dormitorio hay un baño común, con lavabo y regadera y tres cubículos con puertas enrejadas. Estaban planeados para actividades educativas, pero desde luego eso es lo que menos importa a las autoridades penitenciarias.

Frente a los dormitorios hay dos módulos de seguridad, el área de gobierno, dos patios con cancha deportiva que nunca se utilizan, la aduana, el área de calderas y el estacionamiento.

Los custodios

“No vaya a hablar de nosotros”, dice un joven custodio que se rasca la cabeza a rape cubierta por una cachucha negra. Con no más de 20 años, su rostro está deslavado, su piel descolorida producto de ocho horas diarias dentro de la fortaleza durante los últimos tres años.

“No vaya a hablar del Quiroz Cuarón”, repite. Sus ojos tropiezan con los del comandante Salazar, jefe de custodia. El joven se excusa, se aleja, su turno terminó.
El comandante Salazar tiene la piel morena, manos grandes y vista ágil. Los músculos del cuerpo marcados. Mide 1.75 de estatura y posee una mente obsesiva de tener bajo control a los 14 internos. Al cinto carga una pistola automática y dos tubos con gas lacrimógeno.

Los custodios han sido entrenados para penales de alta seguridad, y del Quiroz Cuarón es poco probable que siquiera alguien intente fugarse, pues los internos son pocos y ninguno es parte de la delincuencia organizada ni tienen dinero para comprar custodia o darse a la fuga, como sucede en los penales para adultos.

Pero la seguridad interna no es suficiente y elementos del cuerpo de elite capitalino hacen rondines permanentes en los alrededores del Quiroz Cuarón para detener e interrogar a cualquier sospechoso que se acerque, armados con escuadras Pietro Beretta y armas largas R15.

Aunque su ubicación es una colonia céntrica del Distrito Federal, la autoridad a cargo es la Secretaría de Seguridad Pública Federal, específicamente la Dirección de Prevención y Readaptación Social, a pesar de que en términos de ley no es un centro de readaptación social, porque los menores no se “readapatan”, sino que se adaptan.

Son 56 trabajadores de la SSP asignados al Quiroz Cuarón, desde un subdirector de área hasta un promotor tutelar. Pero no hay director, solo un encargado, Sergio López, quien sistema se niega a dar entrevistas, porque sólo él sabe el trabajo sucio que realiza.

A los menores infractores -como los define el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef)- el Consejo Unitario los envía al Quiroz Cuarón por “la gravedad de la infracción, las circunstancias en que cometió el delito y su bajo nivel de adaptación” o bien, “cuando su conducta haya alterado de manera grave el orden o la estabilidad de otros centros”.

De los 14 internos en el Quiroz, siete son responsables de robo, seis de homicidio y uno de atentar contra la salud (clasificado como delito federal).

15 mil fichados en el país

Según registros del sistema Automated Fingerprint Identification System (AFIS) del Consejo de Menores del Distrito Federal, actualmente hay “fichados” más de 15 mil menores infractores en todo el país, cuya edad oscila entre los 11 y los 17 años, acusados de robo, lesiones, abuso de autoridad, abuso sexual, violación, daños en propiedad ajena y portación de arma prohibida, cohecho, secuestro y homicidio.

Estadísticas de las procuradurías General de la República y de Justicia del Distrito Federal señalan que se ha incrementado el número de menores involucrados en ilícitos que actúan solos o forman parte del crimen organizado. Para organismos internacionales el hecho responde al fracaso de las políticas públicas de los gobiernos federal y estatal, que tras no contar con medidas efectivas para la prevención del delito, proponen combatirlo a través del encierro de todos los infractores, menores y adultos por igual, fortaleciendo con esto las corruptelas que existen dentro del Poder Judicial.

A raíz del amotinamiento registrado el pasado domingo en el Centro para Varones de San Fernando, en la Cámara de Diputados se escucharon las voces de legisladores del PRI, PAN, Convergencia y Verde Ecologista proponer reducir la edad penal de 18 a 16 años de edad; sin embargo, representantes de organizaciones no gubernamentales, de organismos internacionales y juristas aseguran que México no cuenta con un sistema de justicia especial para jóvenes infractores. De aprobarse, se violaría la Constitución y la Convención de los Derechos de los Niños. Pero al margen de la ley, la medida se aplica desde hace varios años en 14 estados de la República, en donde la experiencia ha demostrado que reducir la edad penal no frena el delito ni lo previene.

Puntos Suspensivos…

Después de varios meses de investigación fiscal, un juez federal le giró orden de aprehensión al propietario de CNI Canal 40, Javier Moreno Valle, por el delito de evasión fiscal por 7 millones de pesos. El empresario sostiene que se trata de presiones penales para obligarlo a vender la televisora.

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